jueves, 30 de noviembre de 2006

El príncipe tigre | Cuenta Cuentos

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Una tigresa hace retumbar el bosque con sus lamentos. Crueles cazadores han abatido a sus cachorros y el dolor y la ira de la madre pronto se manifestarían en una explosión de furia y muerte. A su paso por los pueblos en búsqueda de venganza deja un paisaje teñido de rojo. El rey, preocupado, prepara un ejército para que salga en su búsqueda pero la Lao Lao, una anciana que predice el futuro, ha sentenciado que todo sería en vano, que la única manera de calmar la furia del animal es entregándole al príncipe heredero.

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Luego de terribles deliberaciones el pequeño príncipe es abandonado en medio del bosque, donde se queda profundamente dormido. La enorme gata, alertada por el extraño olor del niño, se acerca acechándolo pero cuando está a punto de desembalsar su furia contra el inocente se detiene como fulminada por un rayo. El recuerdo de sus cachorros diluye por completo el odio que la ahogaba. Empieza así una relación de amor, aprendizaje y respeto que se va consolidando con los años que pasan juntos. Pero, como la felicidad de unos era la tristeza de otros, un buen día los reyes deciden organizar la búsqueda de su hijo. Muchos hombres armados logran así cercar a la tigresa en una tensa escena donde el príncipe se encuentra entre sus dos madres y ante una difícil decisión.

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La tensión dramática de la historia se transmite con especial maestría a través de la narración gráfica. Los dibujos hechos con tinta y coloreados en tonos suaves (el traje azul del príncipe es el único punto que se permite cierta intensidad en el color), que nos transportan, como en un sueño, a la espesura del bosque y nos permiten escuchar los gritos de terror o el rugido atronador de la felina herida en el corazón. El gran formato del cuento ayuda mucho a que el lector se sienta envuelto en la historia ya que abarca casi todo nuestro horizonte visual cuando lo acercamos lo suficiente durante el momento de su lectura. Otra característica interesante se refiere al diseño del álbum: las grandes ilustraciones a páginas completa, (o a dos páginas), se complementan con escenas conexas en gráficos más pequeños a los costados. Se incluyen así, por ejemplo, el “close up” del rostro de Wen, el príncipe, cuando reconoce a su madre humana en el asedio a su madre tigre, o nos permite entender que si la tigresa no se come al pequeño príncipe es porque le recuerda a su cachorro, (algo que no se señala en el texto). El contrapunto entre ambas narrativas está, por lo tanto, muy bien logrado. En general el álbum nos permite seguir una historia que discurre con plasticidad y rapidez vertiginosa, como si estuviésemos viendo una película.

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El autor ha basado su relato en una leyenda que nace de un bronce del siglo XI a.C, hacia el fin de la dinastía Shang. Además tiene otras obras también muy recomendables tituladas “Pequeño Águila”, “El Caballo Mágico de Han Gan”, y “La Leyenda de la Cometa”.

Autor: Chen Jiang Hong.
Editorial: Corimbo.
Librería: Crisol.
Precio: S/. 80.
Edad: a partir de 5 años.

jueves, 23 de noviembre de 2006

LA BRIZNA DE PAJA, LA BRASA Y LA JUDIA VERDE VAN DE VIAJE | Cuenta Cuentos

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Eranse una brizna de paja, una brasa y una judía verde que se unieron y quisieron
hacer juntas un gran viaje. Habían recorrido de ya muchas tierras cuando llegaron a
un arroyo que no tenía puente y no podían cruzarlo. Al fin, la brizna de paja encontró
la solución: se tendería sobre el arroyo entre las dos orillas y las otras pasarían por encima
de ella, primero la brasa y luego la judía verde. La brasa empezó a cruzar
despacio y a sus anchas; la judía verde la siguió a pasitos cortos. Pero cuando la brasa
llegó a la mitad de la brizna de paja, ésta empezó a arder y se quemó. La brasa cayó al
agua, hizo pssshhh... y se murió. A la brizna de paja, partida en dos trozos, se la llevó
la corriente. La judía verde, que iba algo más atrás, se escurrió también y cayó,
aunque pudo valerse un poco nadando. Al final, sin embargo, tuvo que tragar tanta
agua que reventó y, en aquel estado, fue arrastrada hasta la orilla. Por suerte había allí
sentado un sastre, que descansaba de su peregrinaje. Como tenía a mano aguja e hilo,
la cosió y la dejó de nuevo entera. Desde entonces todas las judías verdes tienen una
hebra.
Según otro relato, la primera que pasó sobre la brizna de paja fue la judía verde,
que llegó sin dificultad al otro lado y observó cómo la brasa se iba acercando a ella
desde la orilla puesta. En mitad del agua quema la brizna de paja, se cayó e hizo
¡psssssssssssshhhh…Al verlo, la judía verde se rió tanto que reventó. El sastre de la
orilla la cosió y la dejó de nuevo entera, pero en ese momento solo tenía hilo negro y
por eso todas las judías verdes tienen una hebra negra.

Hans el tonto | Cuenta Cuentos

Erase tina vez un rey que vivía muy feliz con su hija, que era su única
descendencia. De pronto, sin embargo, la princesa trajo un niño al mundo y nadie
sabía quién era el padre. El rey estuvo mucho tiempo sin saber qué hacer. Al final
ordenó que la princesa fuera a la iglesia con el niño y le pusiera en la mano un limón,
y aquel al que se lo diera sería el padre del niño y el esposo de la princesa. Así lo hizo;
sin embargo, antes se había dado orden de que no se dejara entrar en la iglesia nada
más que a gente noble. Pero había en la ciudad un muchacho pequeño, encorvado y
jorobado que no era demasiado listo y por eso le llamaban Hans el tonto, y se coló en
la iglesia con los demás sin que nadie le viera, y cuando el niño tuvo que entregar el
limón fue y se lo dio a Hans el tonto. La princesa se quedó espantada, y el rey se puso
tan furioso que hizo que la metieran con el niño y Hans el tonto en un tonel y lo
echaran al mar. El tonel pronto se alejó de allí flotando, y cuando estaban ya solos en
alta mar la princesa se lamentó y dijo:
-Tú eres el culpable de mi desgracia, chico repugnante, jorobado e indiscreto.
¿Para qué te colaste en la iglesia si el niño no era en absoluto de tu incumbencia?
-Oh, sí -dijo el tonto-, me parece a mí que sí que lo era, pues yo deseé una vez que
tuvieras un hijo, y todo lo que yo deseo se cumple.
-Si eso es verdad, desea que nos llegue aquí algo de comer.
-Eso también puedo hacerlo-dijo Hans el tonto, y deseó tina fuente bien llena de
patatas.
A la princesa le hubiera gustado algo mejor, pero como tenía tanta hambre le
ayudó a comerse las patatas.
Citando ya estuvieron hartos dijo Hans el tonto:
-¡Ahora deseo que tengamos un hermoso barco! Y apenas lo había dicho se
encontraron en un magnífico barco en el que había de todo lo que pudieran de sear en
abundancia.
El timonel navegó directamente hacia tierra, y cuando llegaron y todos habían
bajado, dijo Hans el tonto:
-¡Ahora que aparezca allí un palacio!
Y apareció allí un palacio magnífico, y llegaron unos criados con vestidos dorados
e hicieron pasar al palacio a la princesa y al niño, y cuando estaban en medio del salón
dijo Hans el tonto:
-¡Ahora deseo convertirme en un joven e inteligente príncipe!
Y entonces perdió su joroba y se volvió hermoso y recto y amable, y le gustó
mucho a la princesa y se convirtió en su esposo.
Así vivieron felices una temporada. Un día el viejo rey iba con su caballo y se
perdió y llegó al palacio. Se asombró mucho porque jamás lo había visto antes y entró
en él. La princesa reconoció enseguida a su padre, pero él a ella, no, pues, además,
pensaba que se había ahogado en el mar hacía ya mucho tiempo. Ella le sirvió
magníficamente bien y cuando el viejo rey ya se iba a ir le metió en el bolsillo un vaso
de oro sin que él se diera cuenta. Pero una vez que se había marchado ya de allí en su
caballo ella envió tras él a dos jinetes para que le detuvieran y comprobaran si había
robado el vaso de oro, y cuando lo encontraron en su bolsillo se lo llevaron de nuevo
al palacio. Le juró a la princesa que él no lo había robado y que no sabía cómo había
ido a parar a su bolsillo.
-Por eso debe uno guardarse mucho de considerar enseguida culpable a alguien -
dijo ella, y se dio a conocer.
El rey entonces se alegró mucho, y vivieron muy felices juntos; y cuando él se
murió, Hans el tonto se convirtió en rey.

La chusma | Cuenta Cuentos

Había una vez un gallito que le dijo a la gallinita:

-Las nueces están maduras. Vayamos juntos a la montarla y démonos
un buen festín antes de que la ardilla se las lleve todas.

-Sí -dijo la gallinita-, varaos a darnos ese gusto.

Se fueron los dos juntos y, como el día era claro, se quedaron hasta por la tarde. Yo
no sé muy bien si fue por lo mucho que habían comido o porque se volvieron muy
arrogantes, pero el caso es que no quisieron regresar a casa andando y el gallito tuvo
que construir un pequeño coche con cáscaras de nuez. Cuando estuvo terminado, la
gallinita se montó y le dijo al gallito:

-Anda, ya puedes engancharte al tiro.

-¡No! -dijo el gallito-. ¡Vaya, lo que me faltaba! ¡Prefiero irme a casa andando
antes que dejarme enganchar al tiro! ¡Eso no era lo acordado! Yo lo que quiero es
hacer de cochero y sentarme en el pescante, pero tirar yo... ¡Eso sí que no lo haré!
Mientras así discutían, llegó un pato graznando:

-¡Eh, vosotros, ladrones! ¡Quién os ha mandado venir a mi montaña (le las nueces?
¡lo vais a pagar caro!

Dicho esto, se abalanzó sobre el gallito. Pero el gallito tampoco perdió el tiempo y
arremetió contra el pato y luego le clavó el espolón con tanta fuerza que éste, le
suplicó clemencia y, como castigo, accedió a dejarse enganchar al tiro del coche. El
gallito se sentó en el pescante e hizo de cochero, y partieron al galope.
-¡Pato, corre todo lo que puedas!

Cuando habían recorrido un trecho del camino se encontraron a dos caminantes: un
alfiler y una aguja de coser. Los dos caminantes les echaron el alto y les dijeron que
pronto sería completamente de noche, por lo que ya no podrían dar ni un paso más,
que, además, el camino estaba muy sucio y que si podían montarse un rato; habían
estado a la puerta de la taberna del sastre y tomando cerveza se les había hecho demasiado
tarde. El gallito, como era gente flaca que no ocupaba mucho sitio, les dejó
montar, pero tuvieron que prometerle que no lo pisarían.
A última hora de la tarde llegaron a una posada y, como no querían seguir viajando
de noche y el pato, además, ya no andaba muy bien y se iba cayendo de un lado a
otro, entraron en ella. El posadero al principio puso muchos reparos y dijo que su casa
ya estaba llena, pero probablemente también pensó que aquellos viajeros no eran
gente distinguida. Al fin, sin embargo, cedió cuando le dijeron con buenas palabras
que le darían el huevo que la gallinita había puesto por el camino y también podría
quedarse con el pato, que todos los días ponía uno.
Entonces se hicieron servir a cuerpo de rey y se dieron la buena vida.
Por la mañana temprano, cuando apenas empezaba a clarear y en la casa aún
dormían todos, el gallito despertó a la gallinita, recogió el huevo, lo cascó de un picotazo
y ambos se lo comieron; la cáscara, en cambio, la tiraron al fogón. Después se
dirigieron a la aguja de coser, que todavía estaba durmiendo, la agarraron de la cabeza
y la metieron en el cojín del sillón del posadero; el alfiler, por su parte, lo metieron en
la toalla. Después, sin más ni más, se marcharon volando sobre los campos. El pato,
que había querido dormir al raso y se había quedado en el patio, les oyó salir zumbando, se despabiló y encontró un arroyo y se marchó nadando arroyo abajo
mucho más deprisa que cuando tiraba del coche. Un par de horas después el posadero
se levantó de la cama, se lavó y cuando fue a secarse con la toalla se desgarró la cara
con el alfiler. Luego se dirigió a la cocina y quiso encenderse una pipa, pero cuando
llegó al fogón las cáscaras del huevo le saltaron a los ojos.
-Esta mañana todo acierta a ciarme en la cabeza -dijo, y se sentó enojado en su
sillón-. ¡Ay, ay, ay!
La aguja de coserle había acertado e n un sitio aún peor, y no precisamente en la
cabeza. Entonces se puso muy furioso y sospechó de los huéspedes que habían
llegado tan tarde la noche anterior, pero cuando fue a buscarlos vio que se habían
marchado. Así juró que no volvería a admitiren su casita chusma como aquélla, que
corre mucho, no paga nada y encima lo agradece con malas pasadas.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

Blancanieves | Cuenta Cuentos

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Había una vez una niña muy bonita, una pequeña princesa que tenía un cutis blanco como la nieve, labios y mejillas rojos como la sangre, y cabellos negros como el azabache. Su nombre era Blancanieves.



A medida que crecía la princesa, su belleza aumentaba día tras día hasta que su madrastra, la reina, se puso muy celosa. Llegó un día en que la malvada madrastra no pudo tolerar más su presencia y ordenó a un cazador que la llevara al bosque y la matara. Como ella era tan joven y bella, el cazador se apiadó de la niña y le aconsejó que buscara un escondite en el bosque.

Blancanieves corrió tan lejos como se lo permitieron sus piernas, tropezando con rocas y troncos de árboles que la lastimaban. Por fin, cuando ya caía la noche, encontró una casita y entró para descansar.

Todo en aquella casa era pequeño, pero más lindo y limpio de lo que se pueda imaginar. Cerca de la chimenea estaba puesta una mesita con siete platos muy pequeñitos, siete tacitas de barro y al otro lado de la habitación se alineaban siete camitas muy ordenadas. La princesa, cansada, se echó sobre tres de las camitas, y se quedó profundamente dormida.

Cuando llegó la noche, los dueños de la casita regresaron. Eran siete enanitos, que todos los días salían para trabajar en las minas de oro, muy lejos, en el corazón de las montañas.


-¡Caramba, qué bella niña! -exclamaron sorprendidos-. ¿Y cómo llegó hasta aquí?.

Se acercaron para admirarla cuidando de no despertarla. Por la mañana, Blancanieves sintió miedo al despertarse y ver a los siete enanitos que la rodeaban.

Ellos la interrogaron tan suavemente que ella se tranquilizó y les contó su triste historia.

-Si quieres cocinar, coser y lavar para nosotros -dijeron los enanitos-, puedes quedarte aquí y te cuidaremos siempre.

Blancanieves aceptó contenta. Vivía muy alegre con los enanitos, preparándoles la comida y cuidando de la casita. Todas las mañanas se paraba en la puerta y los despedía con la mano cuando los enanitos salían para su trabajo.

Pero ellos le advirtieron:

-Cuídate. Tu madrastra puede saber que vives aquí y tratará de hacerte daño.

La madrastra, que de veras era una bruja, y consultaba a su espejo mágico para ver si existía alguien más bella que ella, Se puso furiosa y decidió matarla ella misma. Disfrazada de vieja, la malvada reina preparó una manzana con veneno, cruzó las siete montañas y llegó a casa de los enanitos.

Blancanieves, que sentía una gran soledad durante el día, pensó que aquella viejita no podía ser peligrosa. La invitó a entrar y aceptó agradecida la manzana, al parecer deliciosa, que la bruja le ofreció. Pero, con el primer mordisco que dio a la fruta, Blancanieves cayó como muerta.

Aquella noche, cuando los siete enanitos llegaron a la casita, encontraron a Blancanieves en el suelo. No respiraba ni se movía.

Los enanitos lloraron amargamente porque la querían con delirio. Por tres días velaron su cuerpo, que seguía conservando su belleza -cutis blanco como la nieve, mejillas y labios rojos como la sangre, y cabellos negros como el azabache.

-No podemos poner su cuerpo bajo tierra -dijeron los enanitos.

Hicieron un ataúd de cristal, y colocándola allí, la llevaron a la cima de una montaña. Todos los días los enanitos iban a velarla.

Un día el príncipe, que paseaba en su gran caballo blanco, vio a la bella niña en su caja de cristal y pudo escuchar la historia de labios de los enanitos.

Se enamoró de Blancanieves y logró que los enanitos le permitieran llevar el cuerpo al palacio donde prometió adorarla siempre. Pero cuando movió la caja de cristal tropezó y el pedazo de manzana que había comido Blancanieves se desprendió de su garganta. Ella despertó de su largo sueño y se sentó.

Hubo gran regocijo, y los enanitos bailaron alegres mientras Blancanieves aceptaba ir al palacio y casarse con el príncipe.

Los 3 cerditos | Cuenta Cuentos

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En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa.

El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar.

El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.

El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó. El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí. Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor. Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua.

El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó. Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.

FIN

La cenicienta | Cuenta Cuentos

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Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino madrastra, una viuda impertinente con dos hijas, una más fea que la otra. Era ella quien hacía los trabajos más duros de la casa y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la llamaban Cenicienta.

Un día el Rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.

- Tú Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y preparando la cena para cuando volvamos.

Así, llegó el día del baile y Cenicienta apesadumbrada vio partir a sus hermanastras hacia el Palacio Real. Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus sollozos.

- ¿Por qué seré tan desgraciada? -exclamó-.

De pronto se le apareció su Hada Madrina.

- No te preocupes -exclamó el Hada-. Tu también podrás ir al baile, pero con una condición, que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que regresar sin falta. Y tocándola con su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.

La llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de baile, el Rey quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche. Sus hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven.

En medio de tanta felicidad Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.

- ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-.

Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huída un zapato, que el Rey recogió asombrado.

Para encontrar a la bella joven, el Rey ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a recorrer todo el Reino. Las doncellas se lo probaban en vano, pues no había ni una a quien le fuera bien el zapatito.

Al fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no pudieron calzar el zapato, pero cuando se lo puso Cenicienta vieron con estupor que le entraba perfecto.

Y así sucedió que el Rey se casó con la joven y vivieron muy felices.

El gato con botas | Cuenta Cuentos

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Al morir un molinero, dejó por herencia a su hijo tan solo un gato. Pero éste dijo a su amo. -No te parezca que soy poca cosa. Obedéceme y verás.
Venia la carroza del rey por el camino. -Entra en el río -ordenó el Gato con Botas a su amo, y gritó: -¡Socorro. ¡Se ahoga el Marqués de Carabás!
El Rey y su hija mandaron a sus criados que sacaran del río al supuesto Marques de Carabás, y le proporcionaron un traje seco, muy bello y lujoso.
Le invitaron a subir a la real carroza, y adelantándose el Gato por el camino, pidió a los segadores que, cuando el rey preguntara de quien eran aquellas tierras contestaran «del Marqués de Carabás».
Igual dijo a los vendimiadores, y el rey quedó maravillado de lo que poseía su amigo el Marqués.
Siempre adelantándose a la carroza, llegó el gato al castillo de un gigante, y le dijo: -He oído que podréis convertiros en cualquier animal. Pero no lo creo.
¿No? Gritó el gigante. -Pues convéncete. Y en un momento tomó el aspecto de un terrible león. -¿A que no eres capaz de convertirte en un ratón?
¿Cómo que no? Fíjate. -Se transformó en ratón y entonces ¡AUM! el Gato se lo comió de un bocado, y seguidamente salió tranquilo a esperar la carroza.
¡Bienvenidos al castillo de mi amo, el Marqués de Carabás! Pase Su Majestad y la linda princesa a disfrutar del banquete que está preparado.
El hijo del molinero y la princesa se casaron, y fueron muy felices Todo este bienestar lo consiguieron gracias a la astucia del Gato con Botas.

Caperucita Roja | Cuenta Cuentos

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...Una niñita que vivia con su madre cerca de un gran bosque. Al otro lado del bosque vivia su abuelita, que sabia hacer manualidades y un dia le habia realizado una preciosa caperucita roja a su nietita, y esta la usaba tan continuamente, que todos la conocian como Caperucita Roja.

Un dia la madre le dijo:

-Vamos a ver si eres capaz de ir solita a casa de tu abuelita. Llevale estos alimentos y este pote de mantequilla y pregantale como se encuentra, pero ten mucho cuidado durante el camino por el bosque y no te detengas a hablar con nadie.

Asi, Caperucita Roja, llevando su cestito, fue por el bosque a visitar a su abuelita. En el camino la observo el lobo feroz, desde detras de algunos arboles. Tuvo ganas de devorar a la niña, pero no se atrevio, pues escucho muy cerca a los leñadores trabajando en el bosque.

El lobo, con su voz mas amistosa, pregunto:

-¿Donde vas, querida Caperucita? ¿A quien llevas esa canata con alimentos?

-Voy a ver a mi abuelita, que vive en la casa blanca al otro extremo del bosque -respondio Caperucita Roja, sin hacer caso a lo que le habia recomendado su mama y sin saber que es muy peligroso que las niñas hablen con los lobos.

-Tus piernas son muy cortas y no pueden llevarte alli rapidamente; yo me adelantare y le dire a tu abuelita que la vas a visitar -dijo el lobo pensando comerse a las dos.

Caperucita Roja se entretuvo en el camino recogiendo flores silvestres. Mientras tanto el hambriento lobo feroz se dirigio con mucha rapidez a la casa donde vivia la abuelita. Estaba muy impaciente porque no habia comido en tres dias.

Sin embargo, la abuelita se habia ido muy temprano para el pueblo, y el lobo encontro la casa vacia.

Poniendose el gorro de dormir de la anciana, se metio en la cama y espero a Caperucita Roja. Cuando la niña entro en la casa, se asusto porque encontro a su abuelita en cama y le parecio muy extraña.

-Oh! Abuelita! -exclamo Caperucita Roja-, que orejas mas grandes que tienes!

-Son para escucharte mejor -dijo el lobo.

-Abuelita, que ojos mas grandes tienes!

-Son para verte mejor, querida nieta.

-Abuelita, que dientes mas grandes que tienes!

-Son para comerte mejor -grito el lobo saltando de la cama.

Un leñador que se encontraba cerca escucho a Caperucita Roja que pedia socorro por la ventana. Tomando su hacha corrio hacia la casa para salvarla.

Antes que el lobo pudiera hacer daño a Caperucita Roja, el leñador le dio muerte de un tremendo hachazo. Luego lo arrastro hasta el bosque Y en ese momento la abuelita regresaba a su hogar, lo que hizo tranquilizar a Caperucita y pasar un rato de alegria junto a ella.

martes, 21 de noviembre de 2006

King Kong | Cuenta Cuentos

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La misma historia que ya todos conocemos y que ha tenido un sinnúmero de adaptaciones llega a nosotros en formato de álbum ilustrado gracias a la maestría y talento de Anthony Browne. Quines lo conocemos sentimos que era algo que le correspondía por derecho propio.
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Si bien la narrativa textual de la obra es correcta y ofrece los recursos literarios necesarios, la narrativa gráfica termina opacándola un poco. Las ilustraciones a las que nos tiene acostumbrado Anthony Browne representan un lenguaje rico en significado y poseen un alto poder de comunicar, no solo la trama de la historia, sino también una particular y divertida atmósfera. En las ilustraciones, (no en todas las páginas), podemos encontrar detalles particulares, mensajes cifrados, pistas de un suceso futuro o simplemente un guiño divertido que hace las delicias del lector y que exige un tipo de lectura especial, un momento de observación más acucioso, un recorrido visual intenso, para evitar que se nos pasen por alto.

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King Kong podría confundirse con una historia de aventuras pero podríamos afirmar que no es más que el contexto que enmarca una dramática historia de amor entre un fabuloso gorila de una isla perdida en el tiempo y una bella actriz de cine. Si bien la adaptación de Browne mantiene como eje de la historia la relación entre Kong y Anne Darrow el final pierde algo de fuerza dramática porque no se logra ver con claridad la reciprocidad en los sentimientos de ella. Es claro que el enorme gorila se deja atrapar por perseguir a la chica y que luego se interpone entre las balas de los aviones y ella para protegerla, para proteger su amor. Todas y cada una de las decisiones y acciones del gran gorila están marcadas por la fatalidad que dicta un amor tan grande como imposible. Sin embargo, al final de la historia no se distingue con suficiente claridad que la bella Anne ha trasmutado el terror inicial que le producía el gorila por un sentimiento que tenía algo de compasión, ternura y respeto; que finalmente había logrado ver a través de la máscara, había reconocido el calor de un corazón enamorado dentro de la ferocidad de la bestia. Por eso, en esta versión de King Kong la muerte final del protagonista es algo más triste que en sus versiones anteriores, más desamparada, ya que si bien todos morimos solos al pobre Kong no se le ofrece ni el consuelo de una lágrima.
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Y a pesar de que el final no es un típico “happy end” al que nos suelen tener acostumbrados, la historia es perfectamente asimilable por el público infantil, y no solo por sus poco más de 90 páginas llenas de ilustraciones de dinosaurios, salvajes y actos heróicos, sino porque los niños entienden perfectamente que la narración pertenece al ámbito de la ficción. Pero aún así nuestro joven lector sea poseedor de una sensibilidad más a flor de piel, tampoco deberíamos impedirle disfrutar de la intensidad de ciertos sentimientos que nosotros los padres tratamos, en un vano y siempre limitante acto sobreprotector, de ahorrarle.

Título: King Kong
Autor: Anthony Browne.
Editorial: FCE
Librería: FCE, El Virrey y otras.
Precio: S/. 52 promedio.
Edad: a partir de 6 años

jueves, 16 de noviembre de 2006

El águila que no quería volar | Cuenta Cuentos

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Sin motivo aparente, un granjero decide ir a buscar un pájaro al bosque. Encuentra allí un aguilucho que decide criar junto con sus gallinas y patos de corral. El pequeño águila pasa cuatro años de su vida comiendo maíz y creyéndose un pollo más del gallinero, hasta que un buen día los visita un hombre sabio que se muestra extrañado del espectáculo que se le ofrece.

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Entiende que un águila no puede vivir en un corral entre gallinas, no está en su naturaleza. Sin embargo, el granjero le discute y le confirma que el haberse criado entre gallinas ha convertido al aguilucho en una más de ellas. Hacen entonces una apuesta y el hombre sabio pone manos a la obra para devolverle al águila su verdadera esencia, su capacidad de remontar los cielos. Sin embargo, el primer día no consigue ni que despliegue las alas, el segundo día se queda parado en la chimenea de la casa como una estatua sin atreverse a nada. Para el tercer y último día el hombre decide llevárselo a una alta montaña fuera de la ciudad. Luego de escalar varias horas llegan a la cima al mismo tiempo en que el sol comienza a iluminar la profundidad del paisaje y es entonces cuando nuestro águila toma una decisión.

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James Aggrey, el autor, nació en lo que luego sería Ghana, África, en 1875 y vivió casi toda su vida allí. Sus estudios en medicina, teología, sociología y economía pero; con toda seguridad, más aún su sensibilidad y amor por su tierra natal; despertaron en él una conciencia clara de las profundas heridas que dejaba el colonialismo de aquella época en su pueblo. “El águila que no quería volar” es una bella metáfora de cómo se puede enajenar el espíritu de los hombres y convertirlos en algo que no son; y al mismo tiempo también de cómo aguarda en nuestro interior un dispositivo casi biológico que nos permitiría volvernos a encontrar con nosotros mismos. Pero es también una obra literaria bien escrita, sencilla y directa pero que mantiene fuerza y tensión a lo largo de toda la obra. Tiene también una ventaja más, como no se adscribe necesariamente a una coyuntura específica, tiene la posibilidad por lo tanto de aplicarse a diferentes épocas y lugares siendo, en cada una de ellas, esencialmente subversiva.

Wolf Erlbruch, el ilustrador, es también muy conocido, aunque su estilo, (que le ha valido un gran reconocimiento internacional en el mundo de la ilustración de nuestros días), no necesariamente se adecua con el tono más dramático del texto. Los dibujos son de trazos sencillos, de colores fuertes en tonos suaves que transmiten una sensación de tranquilidad y de cierta feliz complacencia que se expande con la luz de las ilustraciones.

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El cuento acaba con el siguiente texto de Aggrey: “Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, pero hay hombres que nos han llevado a pensar como gallinas y todavía pensamos que somos verdaderas gallinas, pero somos águilas. ¡Abran sus alas y emprendan el vuelo!”.

Título: El águila que no quería volar.
Autor: James Aggrey.
Ilustrador: Wolf Erlbruch.
Editorial: Lóguez.
Edad: a partir de 3 años.
Librería: El Virrey.
Precio: S/. 64.

miércoles, 8 de noviembre de 2006

Goig | Cuenta Cuentos

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Como todos, Goig disfrutó de esos cálidos y protegidos días al lado de su madre y de sus hermanos recién nacidos. Pero, como a todo cachorrito de raza, el idilio no le duró mucho puesto que su nariz fue a dar, más pronto de lo esperado, a la fría vitrina de una tienda de mascotas. Ni tiempo le dieron de intimar con un pájaro compañero de desventuras que tenía al costado cuando un hombre, que le provocó una fuerte sensación de antipatía, se lo llevó para regalo de cumpleaños a un niño igual de antipático.

Pero como no hay mal que por bien no venga, nuestro cachorro protagonista, Goig, termina escondiéndose debajo de la mesa donde se encontró con otro niño, Martín, que al igual que él había recurrido a los trasfondos de la mesa, protegida por un largo mantel, para huir de un entorno que les resultaba hostil. Se pasan entonces toda la fiesta juntos y siguen así por largos años.

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Todo bien y maravilloso en esa relación de amistad que iba fortaleciéndose con el tiempo pero el sino de Goig le tenía reservada una aventura más. Cuando Martín crece parte para París a seguir sus estudios y su ausencia deja en nuestro boxer la firme decisión de ir en su busca. Apoyado en algunas palabras claves que le dieron una pista de su paradero y dejado mucho a la suerte y el destino, Goig termina embarcándose en un buque desde Lima hasta el viejo Continente. Pero cuando llega a París se le acaba la suerte y no encuentra a su amado compañero. En compensación lo adopta una pareja de locales con los que pasa un período importante de su vida ya que en ese hogar forma el suyo propio, al lado de una perrita de su raza y con hijos que atender y querer.

Pero su vida no terminaba de ser completamente feliz porque le zumbaba en el corazón la nostalgia por su viejo Martín. Hasta que un día otra vez por el destino, que como en las tragedias griegas juega también un papel fundamental en la historia, Martín se aparece, para asombro de todos, en su nueva casa. Nadie podía entender que pasaba y qué cabos había que atar para procesar este extraño y maravilloso encuentro. Pero tras la emoción inicial surgió la necesidad de tomar serias decisiones, ¿qué hacer ahora? ¿qué dicta el corazón? ¿hacia quién se inclina? Un cuento que tiene la virtud de tener un buen final, tal vez no “feliz”, en la acepción tradicional del término, pero si un buen final con mayúsculas.

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La historia mantiene la tensión literaria desde principio a fin y por el camino de su lectura se nos abren muchos temas de importancia y trascendencia: la existencia de una relación como producto del trabajo de muchos años y no como una gracia caída del cielo; la certeza de que todo gran amor, para serlo, debe llevar en su interior un dispositivo de separación, de independencia y de respeto por el derrotero en la vida del otro. A diferencia de lo que nos podría decir “Bola de Nieve” en uno de sus boleros, amar a alguien implica aflojar las manos que lo aprietan.

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Pero el cuento es valioso también porque es un bello álbum ilustrado. Tokeshi ha sabido captar a la perfección ese aire nostálgico y algo triste que se percibe a lo largo de la historia, de tal manera que la narración textual y la gráfica armonizan a la perfección. Para terminar solo me gustaría resaltar que este cuento, (pero la verdad todo buen cuento), se ha ganado el derecho de ser literatura infantil sin adjetivo, es decir, simple y llanamente, literatura.


Autores: Ana María Dueñas y Alfredo Bryce Echenique.
Editorial: Peisa.
Ilustrador: Eduardo Tokeshi.
Librería: Atlántida, (varias otras) y tiendas Wong.
Precio: S/. 29.
Edad: A partir de 5 años.

jueves, 2 de noviembre de 2006

Perrier, un cerdito muy fino. | Cuenta Cuentos

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Era un cerdito enano con pedigrí y conocedor de todas las normas de protocolo y de todos los manuales de urbanidad. Vivía con Marbella, una famosa actriz de cine que lo adoraba y no escatimaba gastos por su comodidad: dormía en almohadones de seda, comía caviar y sólo bebía Evian. Sin embargo, Perrier sentía una insatisfacción que no podía explicar y que fue entristeciéndolo poco a poco. Es así que Marbella decide tomar unas vacaciones en su casa del campo pensando que el cambio de aire reconfortaría a su querida mascota. Ya en el campo Perrier se aleja de la piscina siguiendo el rastro de unos extraños gruñidos para descubrir luego a una cerda con sus cerditos disfrutando de una enigmática sustancia marrón. Al principio no quería ensuciarse pero luego no quería salir de la poza de barro, por lo que no se percató de que el tiempo volaba a la par de la preocupación de su querida Marbella.

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Hasta aquí tenemos a un cerdito que logra descubrir el motivo de su existencial insatisfacción al descubrirse así mismo: todo cerdo, para no trasgredir su propia naturaleza. Debe revolcarse, por lo menos de vez en cuando, en una buena poza de barro. El caso es que la historia le guarda un duro revés a nuestro héroe porque cuando llega a casa y descubre a Marbella postrada de preocupación en el sofá rodeada de la policía que tomaba el perfil del desaparecido, siente una culpa tan grande que termina haciéndole una terrible promesa: nunca más volver a ensuciarse en barro. Final fatal para el cerdito que irá hundiéndose poco a poco en una profunda depresión.

Una noche de tormenta Perrier se levanta asustado por los truenos. Flaco y demacrado se acerca silenciosamente a Marbella que se encontraba en el tocador y se lleva un susto terrible, su hermosa cara estaba cubierta de barro, un delicioso barro color chocolate. Desde ese momento Perrier empieza una franca mejoría, recobra peso y color bajo los maravillosos efectos del barro cosmético y de la posibilidad de seguir siendo lo que es, a pesar de su entorno, un cerdito.

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La autora, Elizabeth Suprr y el ilustrador, Matin Madje, han logrado crear un simpático álbum ilustrado lleno de humor y de fina ironía. Las ilustraciones y el texto se acompañan perfectamente. Ambos están marcados por un mismo estilo y cada una aporta información y crea ambiente al contar la historia de este bien logrado álbum infantil que nos habla sobre la necesidad de aceptar los mandatos de nuestra propia naturaleza para poder ser felices.


Editorial: Juventud.
Edad: a partir de 4 años.
Librería: Atlántida (Larco 720, Miraflores).
Precio: S/. 44.