jueves, 26 de junio de 2008
Cuentos en verso para niños perversos | Cuenta Cuentos
Érase una vez… algo que no esperabas!
Quien ha visto nunca que en el cuento de Cenicienta una de las hermanastras le cambiase al despistado príncipe la delicada zapatilla de cristal por su maloliente y deformada chancleta. ¿A que no se imaginan que rumbos desconocidos puede tomar la trama del cuento con este intempestivo recurso del gremio de los villanos? O que la mamá de Juanito, el de las habichuelas mágicas, sea tan mandona y brutal con su tierno vástago que opaque la crueldad de cualquier ogro bien plantado; tanto así que la justicia cósmica del destino tendrá que liberar a nuestro héroe de ambas fieras.
Y también una tal Ricitos de Oro, que no logra encubrir su mal comportamiento con su angelical pinta y es tratada como lo que es por los damnificados osos, como una delincuente juvenil. Pero también está una Caperucita con dotes de cazadora que no teme en descerrajarle un tiro al lobo para hacerse un abrigo, tres cochinitos que acaban el cuento como sabrosos jamones y una Blancanieves adicta a las apuestas de caballos.
Todo en versos muy perversos para disfrute del público infantil que encontrarán en los cuentos de Roald Dahl toda esa maravillosa fuerza irreverente que tanto lo caracteriza y que le ha valido el cariño de miles de niños en el mundo. Pero por si fuese poco la edición viene acompañada de las ilustraciones de Quentin Blake, otro reconocido artista ganador del nobel de la literatura infantil, el Hans Christian Andersen, y que ha conformado con Dahl una de las mejores duplas en el mundo . Un libro imprescindible en toda biblioteca que se respete.
Título: Cuentos en Verso para Niños Perversos.
Autor: Roal Dahl
Ilustrador: Quentin Blake
Editorial: Alfaguara.
Librería: El Virrey
Edad: a partir de 5 años.
Precio: S/. 46.00
Etiquetas:
clásicos,
cuentos,
infantil,
niños,
quentin blake,
roald dahl
jueves, 19 de junio de 2008
Paco Yunque | Cuenta Cuentos
Tantas veces Paco Yunque
El pequeño Paco Yunque estaba atemorizado en su primer día de clases a penas entró al patio del colegio. Tanta gente y tanta bulla representaban un ambiente ciertamente hostil para un espíritu criado en el silencio y la paz del campo. Y las cosas fueron empeorando en el transcurso de esa mañana. Ya ubicado en una carpeta acompañado por sus nuevos compañeros de clase apareció, orgulloso y altanero, Humberto Grieve, el hijo del patrón de su madre. El niño Humberto, que tenía enormes ventajas frente al maestro porque su papá tenía mucho dinero, intentó llevarse a Paco a su carpeta, “porque era su muchacho”, le explicó al profesor. Y claro, el niño Grieve, a sus seis o siete años, no hacía más que reproducir el comportamiento que el poderoso Sr. Grieve, su padre, tenía con la madre de Paco, con el director del colegio, con el jefe de la policía y con todos, todos, en el pueblo.
Y por eso a Paco le llovieron veinte patadas durante el recreo y le robaron su tarea. Este descarnadamente humano cuento de César Vallejo presenta dos extremos de la condición humana, la prepotencia y el abuso frente a la humildad y la solidaridad. Y por eso esta intensa narración, que nos golpea de frente y sin miramientos al mostrarnos las injusticias de las que somos capaces, tiene al mismo tiempo la virtud de mantener viva nuestra fe en las personas. La edición de la Editorial San Marcos viene además acompañada por la historieta de Juan Acevedo que ha logrado plasmar en sus ilustraciones una excelente caracterización de todos los personajes y el mensaje tiernamente humano del cuento de nuestro gran poeta.
Título: Paco Yunque
Autor: César Vallejo
Historietista: Juan Acevedo
Editorial: San Marcos
Librería: varias
Edad: a partir de 7 años
Precio: S/. 10
martes, 10 de junio de 2008
Enanos y gigantes | Cuenta Cuentos
Una historia de siempre
Era un país de enanos que vivían en paz y armonía hasta que un buen día aparecieron dos gigantes, uno de cabello amarillo y otro de cabello castaño. El poder de sus grandes brazos y piernas y sus miradas mal intencionadas amedrentaron rápidamente a todos los enanos. El miedo se adueñó de ellos y dejó paso a un abuso sin límites. Los enanos empezaron a vivir para los gigantes: les construyeron castillos, los alimentaban y sacaban piedras preciosas de las entrañas de la tierra para satisfacer su codicia.
Un buen día los gigantes, sospechando la traición del otro, se enfrascaron en una gran pelea en la que prontamente los enanos tomaron partido. Ahora los pobres enanos sumaron a sus ya largas desdichas una más: la guerra entre hermanos. Fue así como construyeron una enorme muralla que se hacía más y más grande con el tiempo. Sin embargo, en algún momento, algunos niños enanos empezaron a cantar, (actividad que estaba prohibida por los gigantes), y su alegría se contagió y pronto se sumaron muchas voces y cantaron tan alto que los gigantes se asustaron. Una historia que nos narra sobre los grandes problemas que implica que una población viva con miedo, de lo frágil y manejables que se vuelven las personas ante la prepotencia en esas condiciones y de cómo se puede conjurar este problema.
Es además una historia actual y que se ha repetido desde siempre en la historia de la humanidad, por lo que el cuento termina siendo una perfecta analogía de la complejidad y locura del comportamiento humano y una perfecta manera de acercarse a él.
Título: Enanos y Gigantes.
Autor: Max Bolliger
Ilustrador: Stepan Zavrel
Editorial: SM (colección Cuentos de la Torre y la Estrella)
Librería: La Familia.
Edad: a partir de 3 años.
Precio: S/. 35.
El nacimiento del hijo y el nacimiento del padre | Cuenta Cuentos
Uno se encuentra enfrente de ese hermoso paquetito al que ha estado esperando con ansias durante nueve meses y no puedes más que quedarte embobado, babeando de gusto ante tan perfecto espectáculo. Y claro, entre palmadas de aprobación de familiares y amigos y la sonrisa cansada y seráfica de la guerrera madre, uno no tiene idea todavía de que ese pequeño ser, de aparente inocencia, es justamente el epicentro de un cataclismo que arrasará con tu estilo de vida. Pero no solo cambiará tus hábitos, horarios y entorno inmediato sino que modificará tu propia naturaleza. He aquí algunas de las transformaciones que los nóveles padres verán aparecer luego de la llegada del inocente Cronopio.
En primer lugar, eliminará por completo todo sentimiento de inmortalidad que pueda quedarle a uno como rezago de su juventud. Tic tac, tic tac, la edad del pequeño vástago irá marcando la tuya con mucha mayor contundencia que las velitas que se van acumulando en tu torta cumpleañera. Pero el reconocimiento de la propia mortalidad se expresa de otras muchas maneras. Si antes te tomabas unos tragos de más en una fiesta y luego te subías a tu carro y ponías piloto automático o esperabas que la máquina, como caballo viejo, encontrara por sí sola el camino hacia la querencia, ahora el temor de dejar desamparado a tu hijo te obligará a caminar unas cuadras en busca de un taxi, (seguridad vial mucho más efectiva que cualquier redada policial o amenaza judicial). Si antes no tenías ni siquiera un seguro de salud porque tu organismo respondía con una asombrosa capacidad de recuperación a todo el maltrato al que lo tenías acostumbrado, ahora pagarás feliz y puntual tus cuotas mensuales del seguro. Pero esto no basta, puesto que el miedo de dejar en el desamparo a tu hijita y a su hermosa madre es mucho más grande, así que correrás a comprarte un seguro de vida. Y es que, en mi caso, Lucía, que es así como se llama el encantador punto de inflexión de mi vida, me confirmó con apenas una rotunda sonrisa que el mundo no dejará de existir cuando yo me muera.
Otra transformación que llegará tarde o temprano es la aparición de sentimientos negativos como el recelo y la venganza. Pero no me malinterpreten, déjenme explicarme con una anécdota que supongo debe ser muy común. Cuando lanzamos a Lucía a su etapa escolar con apenas un año y tres meses, avituallada con biberón y pañal de repuesto, tuvo la mala suerte de encontrarse en su primera socialización con un compañerito con un grave problema de incontinencia mordedora. La primera vez que llegó a casa tatuada con la placa dental del susodicho y grandes lagrimones como perlas cristalinas adornándole el rostro, sentimos que se había cometido un crimen de lesa humanidad. La segunda vez que vimos que había sido atacada pensamos cómo era posible que las profesoras del nido no hubieran confinado al “solitario” al pequeño caníbal, lanzándole tal vez un muñeco para que royera sus ímpetus dentales. A la tercera, cargados de indignación, nos dispusimos a hacer cuestión de estado en el nido, pero llegamos tarde, solo encontramos un grupo de aterrorizadas profesoras. La abuela nos había ganado por puesta de mano, quien, como “azote de Dios”, había defendido con fiereza la integridad de su querida nieta. Bien por la abuela, que para eso están, para defender y malcriar a sus nietos con helados antes del almuerzo.
Pero ser padre también te hace mejor persona, o por lo menos haces el intento. Es bien conocido que uno tiende a reproducir en sus hijos el tipo de educación que ha recibido de sus padres. Réplica que muchas veces no solo incorpora los aspectos positivos sino también los negativos, todo fluye inconscientemente. Si antes los padres de la vieja guardia tenían como recurso el chicote y el palmazo ahora uno ya no se traga eso de que la letra y el cariño con sangre entra. No es que haya recibido una educación de mis padres de la que pueda quejarme, muy por el contrario, he tenido una maravillosa infancia llena de amor, pero el cariño por tu hijo te vuelve exigente y tomas conciencia de que todo en este mundo es perfectible, (menos los poemas de Vallejo), y que, en consecuencia, puedes brindarle a tu retoño una educación más pulida, más precisa en el amor, es decir, un amor con puntería.
Ser padre incrementa tus dotes de pitonizo, te proyectas en el futuro y te conviertes en un experto evaluador de múltiples variables y escenarios, y entonces vez con preocupación a tu linda hija de diez y ocho años, por la que has trabajado tanto y con tanto esmero, zambullirse en una relación con cualquier galifardo que la haga sufrir. Te preguntas entonces qué se puede hacer para afinar en tu niña ese instinto del amor que le permita olfatear con precisión quién puede hacerla feliz y quien no. Sabes por experiencia propia que cuando sea mayorcita cualquier concejo del tipo “ese chico no te conviene”, no solo no tendrá ningún efecto práctico sino que obtendrás justamente el contrario. Pero no se preocupen, una buena vacuna contra las relaciones patológicas es que soltemos a nuestros hijos al mundo con la certeza incuestionable de saberse bien queridos. Claro está que, si además pueden educar con el ejemplo y ofrecerles a sus hijos un ambiente familiar donde la relación entre los padres se maneje con respeto y cariño, entonces, pueden dormir tranquilos.
Por último, y como para el final siempre se deja la mejor parte, ser padre te hace más feliz. Puedes volver a jugar canicas, volar cometas, pasear en patines, tener la justificación perfecta para ver Bob Esponja y comprarte todos esos cuentos que nunca pudiste tener. Broma aparte, tener a Lucía me ha confirmado que puedo querer más y mejor, a ella, a mi esposa, a mi familia y a mi perro, porque el amor, felizmente, no se rige bajo los preceptos de la economía, el amor no es ni escaso ni limitado.
En primer lugar, eliminará por completo todo sentimiento de inmortalidad que pueda quedarle a uno como rezago de su juventud. Tic tac, tic tac, la edad del pequeño vástago irá marcando la tuya con mucha mayor contundencia que las velitas que se van acumulando en tu torta cumpleañera. Pero el reconocimiento de la propia mortalidad se expresa de otras muchas maneras. Si antes te tomabas unos tragos de más en una fiesta y luego te subías a tu carro y ponías piloto automático o esperabas que la máquina, como caballo viejo, encontrara por sí sola el camino hacia la querencia, ahora el temor de dejar desamparado a tu hijo te obligará a caminar unas cuadras en busca de un taxi, (seguridad vial mucho más efectiva que cualquier redada policial o amenaza judicial). Si antes no tenías ni siquiera un seguro de salud porque tu organismo respondía con una asombrosa capacidad de recuperación a todo el maltrato al que lo tenías acostumbrado, ahora pagarás feliz y puntual tus cuotas mensuales del seguro. Pero esto no basta, puesto que el miedo de dejar en el desamparo a tu hijita y a su hermosa madre es mucho más grande, así que correrás a comprarte un seguro de vida. Y es que, en mi caso, Lucía, que es así como se llama el encantador punto de inflexión de mi vida, me confirmó con apenas una rotunda sonrisa que el mundo no dejará de existir cuando yo me muera.
Otra transformación que llegará tarde o temprano es la aparición de sentimientos negativos como el recelo y la venganza. Pero no me malinterpreten, déjenme explicarme con una anécdota que supongo debe ser muy común. Cuando lanzamos a Lucía a su etapa escolar con apenas un año y tres meses, avituallada con biberón y pañal de repuesto, tuvo la mala suerte de encontrarse en su primera socialización con un compañerito con un grave problema de incontinencia mordedora. La primera vez que llegó a casa tatuada con la placa dental del susodicho y grandes lagrimones como perlas cristalinas adornándole el rostro, sentimos que se había cometido un crimen de lesa humanidad. La segunda vez que vimos que había sido atacada pensamos cómo era posible que las profesoras del nido no hubieran confinado al “solitario” al pequeño caníbal, lanzándole tal vez un muñeco para que royera sus ímpetus dentales. A la tercera, cargados de indignación, nos dispusimos a hacer cuestión de estado en el nido, pero llegamos tarde, solo encontramos un grupo de aterrorizadas profesoras. La abuela nos había ganado por puesta de mano, quien, como “azote de Dios”, había defendido con fiereza la integridad de su querida nieta. Bien por la abuela, que para eso están, para defender y malcriar a sus nietos con helados antes del almuerzo.
Pero ser padre también te hace mejor persona, o por lo menos haces el intento. Es bien conocido que uno tiende a reproducir en sus hijos el tipo de educación que ha recibido de sus padres. Réplica que muchas veces no solo incorpora los aspectos positivos sino también los negativos, todo fluye inconscientemente. Si antes los padres de la vieja guardia tenían como recurso el chicote y el palmazo ahora uno ya no se traga eso de que la letra y el cariño con sangre entra. No es que haya recibido una educación de mis padres de la que pueda quejarme, muy por el contrario, he tenido una maravillosa infancia llena de amor, pero el cariño por tu hijo te vuelve exigente y tomas conciencia de que todo en este mundo es perfectible, (menos los poemas de Vallejo), y que, en consecuencia, puedes brindarle a tu retoño una educación más pulida, más precisa en el amor, es decir, un amor con puntería.
Ser padre incrementa tus dotes de pitonizo, te proyectas en el futuro y te conviertes en un experto evaluador de múltiples variables y escenarios, y entonces vez con preocupación a tu linda hija de diez y ocho años, por la que has trabajado tanto y con tanto esmero, zambullirse en una relación con cualquier galifardo que la haga sufrir. Te preguntas entonces qué se puede hacer para afinar en tu niña ese instinto del amor que le permita olfatear con precisión quién puede hacerla feliz y quien no. Sabes por experiencia propia que cuando sea mayorcita cualquier concejo del tipo “ese chico no te conviene”, no solo no tendrá ningún efecto práctico sino que obtendrás justamente el contrario. Pero no se preocupen, una buena vacuna contra las relaciones patológicas es que soltemos a nuestros hijos al mundo con la certeza incuestionable de saberse bien queridos. Claro está que, si además pueden educar con el ejemplo y ofrecerles a sus hijos un ambiente familiar donde la relación entre los padres se maneje con respeto y cariño, entonces, pueden dormir tranquilos.
Por último, y como para el final siempre se deja la mejor parte, ser padre te hace más feliz. Puedes volver a jugar canicas, volar cometas, pasear en patines, tener la justificación perfecta para ver Bob Esponja y comprarte todos esos cuentos que nunca pudiste tener. Broma aparte, tener a Lucía me ha confirmado que puedo querer más y mejor, a ella, a mi esposa, a mi familia y a mi perro, porque el amor, felizmente, no se rige bajo los preceptos de la economía, el amor no es ni escaso ni limitado.
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